Sabes que ni te acompañé ni te seguí pero sabes que siempre me llenaste y que siempre voy a verte. Sabes, y lo sabes muy bien, que nunca he dejado de quererte.
Por eso, hoy que empieza una nueva Cuaresma, hoy quiero dedicártelo a tí. Si a tí. ¿Te extraña?
Sabes que aunque cambié el vestido azul cielo de Domingo de Ramos y crema color dulzura de tu cara por el negro de tus vecinos, siempre siervos tuyos, sabes que siempre fuiste la Cuaresma de mi vida cofrade. Te visitaba con los pantalones llenos de polvo, después de jugar a la pelota, de arrastrarme por plazas que aún tenían albero, con labios manchados por el chocolate con pan de la necesidad. Iba con los amigos o solo, que más da; y recorría cada tarde tu casa para ver como los pasos de tu cofradía iban haciéndose mayores. El tuyo y el de tu Hijo. Día a día, tarde a tarde.
Iba a verte y a rezarte porque, tu sabes, yo era pequeño y travieso, quería sacar buenas notas, gustarle a esa niña del colegio,... yo te rezaba... y tu siempre me ayudabas. Otra tarde me acercaba y volvía como si se me hubiera perdido algo en tu casa. Hoy no me había portado muy bien pero...ahí estabas tú, y en mi casa, tu foto, que eran siempre la alfombra de mi último beso. Eran tardes de miradas, de amores tempranos y recuerdos de silbidos de campanilleros por un barrio que salía en todos los libros. Y así muchas tardes. Tantas tardes. Se me hacía tan lejos el momento en que la banda con una cruz que siempre simbolizó la ayuda al enfermo te llenaba con su música cada Viernes de Dolores...pero a los dos días terminaba mi Cuaresma. Era feliz, llegaba el momento.
Cada Domingo de Ramos te veía por los callejones de mi barrio, dabas la vuelta completa a él visitando a todos los vecinos, Padre Manjón, Duque Cornejo,... Después pasastes cerca de casa: Santa Paula, Pasaje Mallol, Moravias.... Y así siempre hasta que me puse otra túnica de negro para acompañar con una Cruz a tu Hijo muerto por Amor. Y pasastes por casa, cambiastes de itinerario quizá para auxiliar a quien sola se había quedado porque otra túnica, con un esparto más ceñido a la cintura pero del mismo color negro, había sido colocada a quien yo más quería y que ahora está cerca de tí.
Y fíjate, hoy empieza una nueva Cuaresma de mi vida. Otra, te lo agradezco. Me he acercado a verte con mi hijo, el mayor, el que también es siervo tuyo, para que se inicie en la Cuaresma de sus días con la luz de tardes felices, ojalá siempre felices, con olores a ciudad naciente y sonidos de cielo de primavera. Espero que dure mucho tiempo ese momento. Aunque pensándolo bien...No te inquietes pues, yo me encargaré del trabajo; deja que él te mire desde abajo para que Tú le ilumines después.