Hoy podía dedicarme a hablar, también, de la dimisión del hermano mayor de la cofradía de la Sagrada Resurrección, pero cada día que pasa quiero alejarme más de esas situaciones y acercarme más a, como diría Carlos Colón, el poder de las Imágenes. Al fin y al cabo estas son permanentes mientras que los primeros son efímeros aunque algunos no se enteren.
Y así es como ayer me encontré con la dulce mirada del Nazareno del Valle, Aquel, el de la Cruz al Hombro. Este Cristo del siglo XVII, tallado en cabeza, manos y piernas y atribuído al círculo de José de Arce tiene una mirada dulce, sosegada y llena de compasión ante la mirada de sufrimiento de Su Madre en el pasaje de la calle de la Amargura.
Y ahí lo tengo, aquél con el que me reencuentro alguna que otra tarde cálida de un incipiente otoño; con su túnica lisa morada o cuando las luces indican que el Niño Jesús está a punto de nacer. Aún lo recuerdo en el Via Crucis de las Cofradías del año 2007 como lució esta imagen bellísima. Yo salgo a su encuentro en un tiempo en el que la luz brilla aún siendo noche acabada del Jueves Santo y alba de Madrugada. Un momento difícil de disfrutar porque el solapamiento entre las dos jornadas impide momentos claves del Jueves Santo. Pero yo me resisto. Voy a su encuentro. Desde Plaza Nueva hasta Laraña, en ese paso adornado con hojarasca y flores grandes que tiene la hermandad desde hace dos siglos después de que perteneciese a Montserrat y con una brisa que hace mover la excepcional túnica que realizara Teresa del Castillo en 1881. Síguelo, no te arrepentirás, el sonido del paso largo de sus costaleros será lo único que te distraerá cuando vayas a su lado.
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